Thamires Regina Sart*
November 20, 2019|Brasil, Marijuana, Política de drogas
Ningún país de las Américas practicó la esclavitud a tan gran escala como Brasil. De los cerca de 11 millones de africanos que llegaron vivos a las Américas, 44%, alrededor de 5 millones de personas, fueron llevadas al territorio brasileño en un período de tres siglos, entre los años de 1550 y 1856. Otro gran país esclavista de las Américas, Estados Unidos, practicó el tráfico de personas esclavizadas por poco más de un siglo, entre 1675 y 1808, y recibió alrededor de 560.000 africanos, es dcir, 5.5% del total del tráfico transatlántico. Al final, Brasil se presenta como el agregado político americano que captó el mayor número de africanos y que mantuvo durante más tiempo la esclavitud. A lo largo del siglo XIX, período en el que el tráfico de esclavos se tornó ilegal, el flujo de personas esclavizadas para el país se intensificó, alcanzando a una cifra de 2 millones de personas, el mismo número de africanos llevados a Brasil en todos los siglos anteriores. En ese último periodo en el que la esclavitud estuvo en vigor como base de la explotación social y económica brasileña, la gran mayoría de las personas esclavizadas fueran llevadas al sureste del país, motivo por el cual Río de Janeiro, entonces capital de Brasil, se convirtió en la ciudad con el mayor índice de personas negras en las Américas. La multitud de personas negras esclavizadas, libres y libertas componían la amplia mayoría de la población y este hecho amedrentaba a la élite blanca del país.
El análisis de los debates parlamentarios de 1888, año de abolición de la esclavitud brasileña, enseña cómo era de difícil para los diputados imaginar cómo sería la organización del mundo del trabajo sin el recurso de políticas que se basaban en el cautiverio. Para garantizar que los negros libertos se sometieran a trabajar para la acumulación de riqueza de sus jefes, se pensó la teoría de la sospecha generalizada. “Ya que no era posible mantener la producción a través de la propiedad de la propia persona del trabajador, la teoría de la sospecha generalizada pasó a justificar la invención de una estrategia de represión continua fuera de los límites de la unidad productiva” (CHALHOUB, 1996, p.24). De ahí la importancia para la élite blanca brasileña de mantener el orden en la esfera pública y también el motivo por el cual los negros se convirtieron en el principal objeto de sospechas en aquellas décadas. La historiografía brasileña se viene dedicando a revelar de qué manera la élite blanca brasileña creó maneras de controlar a la población negra en todo el país justo después de la abolición de la esclavitud. Los azotes públicos progresivamente dieron paso a las cárceles y una verdadera cruzada en contra de los saberes y la cultura negra fueron llevados a cabo en todas las partes del país en aquel momento.
En ese instante es posible notar el entrelazamiento de diversos mecanismos de control de la clase trabajadora y, particularmente, de los trabajadores negros en Río de Janeiro. De los códigos de posturas y medidas legislativas de manutención del “orden público” surgía la persecución de personas que manifestaran la cultura afro-brasileña, entendida como uno de los mayores obstáculos al ‘progreso de la nación’. Para que se estableciera el monopolio de la medicina científica sobre la sanación, criminalizaron todos los otros saberes y artes de sanar oriundos de las tradiciones africana e indígena. Aún bajo el argumento de la “sanidad pública” se lanzaba una verdadera cruzada contra las religiones de matriz africana como la umbanda y el candomblé, consideradas manifestaciones bárbaras e inferiores que podrían comprometer el futuro de la raza y de la nación.
Cuando Estados Unidos lanzó la campaña internacional contra los eestupefacientes, Brasil surgió como un protagonista en la inserción de la marihuana en la lista de sustancias a ser internacionalmente controladas. La ‘cannabis indica’ fue incluida en la lista brasileña de sustancias controladas en 1932 por el decreto No. 20.930. Seis años después, la institución del decreto-ley No. 891 determinaba que la variedad de la planta denominada ‘cannabis sativa’ también se insertara en la lista de sustancias cuyos procesos de plantío, fabricación, porte, venta y compra deberían quedar condicionados a la expresa licencia de la autoridad sanitaria. Es evidente que, en aquel momento, esa ley significó más que una simple prohibición: la garantía del monopolio de la medicina científica sobre la sanación y del catolicismo sobre las religiones de raíces africanas, ya que la marihuana se utilizaba precisamente en prácticas religiosas y de sanación, siendo inseparable de éstas.
Desde la aprobación de la primera ley de control de los estupefacientes de 1921, la base argumentativa de los parlamentarios residía en la separación entre usos legítimos e ilegítimos. De acuerdo con ellos, el uso de esas substancias dentro de los límites de la medicina científica era útil, seguro y debería ser garantizado. Sin embargo, el uso por fuera de la evaluación médica conllevaba el peligro de los excesos, la adicción, la degeneración de la raza y el atraso de la nación, siendo necesario y urgente que fuera combatido. La inserción del cannabis en la lista de estupefacientes controlados garantizaba entonces que los médicos del Hospital Nacional de Alienados pudieran continuar haciendo uso del cannabis indica en el tratamiento de personas adictas al opio, por ejemplo, pero sus cláusulas hacían que el peso de la nueva política represiva recayera sobre los sacerdotes y demás practicantes de las religiones afro-brasileñas. De este modo, la expansión de la criminalización internacional de los estupefacientes significó en el Brasil de aquél momento la definición de cuáles personas y contextos de uso y venta deberían ser criminalizados y cuáles no. No es coincidencia que la población que sufrió con la nueva política fuera precisamente aquella que la élite blanca deseaba mantener productiva y bajo control.
Así, pese a que el cannabis tenía una amplia aplicación medicinal en la fabricación de productos farmacéuticos y en el tratamiento de pacientes en los hospicios, su uso por parte de la población negra cautiva, libre y liberada en la ciudad de Río de Janeiro era visto como un hábito indeseable por parte de la élite blanca. Esa incomodidad se hacía presente desde principios del siglo XIX conforme atesta una medida contenida en el Código de Posturas Municipales de Río de Janeiro, decretada en el año de 1832, que prohibía el “pito do pango”, el nombre por el cual era conocida la marihuana, “a los esclavos y más personas”, cuya desobediencia era penalizada con condenas de hasta 3 días de prisión. Esa medida es señalada por la historiografía como el registro más antiguo de la criminalización de la marihuana de la que se tiene registro, y evidencia hasta qué punto la política de control del cannabis y la criminalización de la población cautiva en Brasil iban juntas un siglo antes de las determinaciones prohibitivas internacionales.
Después de la abolición de la esclavitud, con la inserción del cannabis en la lista de estupefacientes a ser controlados por el gobierno brasileño, proliferaron intelectuales y autoridades políticas y policiales atribuyendo sus usos ilegítimos a la población negra del país. De acuerdo con ellos, la marihuana se había traído de África a Brasil por los negros esclavizados, como una venganza de la “raza sometida” porque esta nación había usurpado su libertad. La adicción ‘imperiosa’, ‘dominante’, y ‘tiránica’ causada por el uso de la hierba era señalada como una verdadera amenaza al progreso de la sociedad brasileña. Algunos autores afirmaban que la planta había sido traída por los esclavos en “muñecas de paño atadas a la punta de las tangas (ropa interior)” y otros, al reivindicar la criminalización de la diamba, afirmaban que la “raza antes cautiva había tenido bien guardado para ulterior venganza el tormento que más tarde debería esclavizar a la raza opresora”. Tanto en el discurso como en la práctica, la criminalización de la marihuana sirvió para limitar la libertad de los trabajadores negros de acuerdo con lo que apuntan las fuentes y bibliografía identificadas hasta el momento. Hay indicios de que, en algunos lugares de Brasil, ese primer momento de criminalización incidió especialmente sobre los hombres, en su mayoría clasificados como ‘pretos’ (negros) o ‘pardos’ (mestizos) y cuyas funciones eran descritas como cargadores, carpinteros, zapateros, limpiadores de zapatos, costureros y, especialmente, quienes tenían funciones marítimas ya que la entrada de la marihuana venía, de acuerdo con los periódicos de Bahía y de Río de Janeiro, por los barcos provenientes de Alagoas y Sergipe. En Río de Janeiro, prontuarios médicos, periódicos, juicios criminales y boletines enseñan que tanto policías como médicos se basaban en la profesión del sospechoso para determinar su criminalización o medicalización.
A pesar de su contenido profundamente racista, si podemos leer la literatura prohibicionista, podemos vislumbrar al menos dos tipos de consumo colectivo de marihuana que se hicieron a principios del siglo XX. Uno de ellos son los “clubes de diambistas”, es el término utilizado por el agrónomo mismo, "un ritual que, según él, tuvo lugar en la casa del grupo de usuarios más malvado o influyente". Preferentemente los sábados, celebraban sus sesiones, algunas alrededor de una mesa, otros tumbados en sus hamacas. Tras los primeros tragos, los ojos de los “diambistas” “se inyectaban de sangre”. Las risas indican el principio del efecto y, en sus palabras, “versos cutres, con términos africanos, salen por entre el humo de la diamba”.
Otro uso colectivo de la marihuana indicado por esos textos es aquél encontrado en los rituales afro-brasileños, pero en ese hay aún menos detalles sobre las posibles ideas que se atribuían colectivamente a los usos. Mi investigación en curso busca establecer las prácticas y significados que estaban asociados al uso del cannabis, qué concepciones tenían las personas criminalizadas de la composición de este escenario en transformación, revelando cómo esos cambios que estaban en curso eran asimilados, repelidos o encontraban reacción por parte de las personas perseguidas y por otras personas de la sociedad. Mi investigación busca identificar las perspectivas, experiencias y discursos sobre la marihuana que eran compartidas por la población brasileña y que contradecían o apoyaban las ideas que se convirtieron en hegemónicas en el período de criminalización. Entendiendo que la prohibición de la marihuana significó un mecanismo más para limitar la libertad de la clase trabajadora y, particularmente, de los trabajadores negros en las décadas que siguieron a la abolición de la esclavitud, es necesario identificar el discurso y las prácticas criminalizadas y racistas si queremos comprender y rescatar los gestos, sentido y rituales que los médicos, policías y políticos redujeron a síntomas de la degeneración.
[1] CHALHOUB, Sidney. Cidade febril: cortiços e epidemias na Corte imperial. São Paulo: Companhia das Letras, 1996.
[2] MACRAE, Edward (org). Fumo de Angola: cannabis, racismo, resistência cultural e espiritualidade. Salvador: EDUFBA, 2016.
[3] SAAD, Luísa G. “Fumo de Negro”: a criminalização da maconha no Brasil (c. 1890-1932). Salvador: Universidade Federal da Bahia, 2013. Dissertação (Mestrado em História), Programa de Pós-Graduação em História da Universidade Federal da Bahia, Salvador, 2013.
[4] SARTI, Thamires. Maratonas e Rambles: a emergência dos tóxicos como um problema social no início do século XX. Campinas. Dissertação [Mestrado em História Social] – Universidade Estadual de Campinas; 2015.
[5] SOUZA, Jorge Emanuel Luz. Sonhos da diamba, controles do cotidiano: uma história da criminalização da maconha no Brasil republicano. Salvador: Universidade Federal da Bahia, 2012. Dissertação (Mestrado em História), Programa de Pós-Graduação em História da Universidade Federal da Bahia, Salvador, 2012.
Thamires Sarti, Departamento de História Social da Cultura, Universidade Estadual de Campinas, UNICAMP
* Thamires Regina Sarti es estudiante de doctorado en Historia en la Universidad Estatal de Campinas, UNICAMP. En esta Universidad también enseña una disciplina sobre usos de psicoactivos en la historia contemporánea e integra el Laboratorio de Estudios Interdisciplinarios sobre Psicoactivos (LEIPSI). Es autora de la disertación "Maratonas e rambles" que versa sobre la criminalización de la cocaína, el opio y sus derivados en Brasil de la década de 1920. Actualmente se dedica al estudio de los usos medicinales y religiosos de la marihuana en Río de Janeiro de la década de 1930 y los impactos de su prohibición en la vida de las personas que se volvieron objeto de criminalización.